Reportarje publicado en: www.dtlux.com
29/1/2010 | Jonathan Franklin y Morten Andersen (fotos).
Cocaína en el menú
Copas a 2,50 euros y rayas a menos de uno. El bar se llama Route 36, está en Bolivia y hemos estado en él. Quizás no sea una experiencia recomendable, pero sí irrepetible. Un viaje al país del todo vale, donde la producción de cocaína se incrementó casi un 10% en 2008.
Esta noche tenemos dos tipos de cocaína: la normal, a 100 bolivianos (unos 10 euros) el gramo; y una más fuerte, a 150 (15 euros)”. El camarero acaba de tomar nota de nuestras bebidas y, como es habitual en este bar, nos ofrece ahora el ‘plato principal’. Pedimos dos gramos de la buena y dos rones con coca-cola. Estamos en La Paz (Bolivia), en un local llamado Route 36. El camarero regresa con la caja de un CD que deja en medio de la mesa. Al lado, dos pajitas y dos pequeños paquetes negros. Actúa tan normal que parece que nos estuviera sirviendo un sándwich y unas patatas fritas. Se llama Roberto y lleva seis meses en este bar. Parece haberlo visto todo. “Vinieron unos australianos que se quedaron cuatro días. Se turnaban para dormir y la única vez que salieron de aquí fue para usar el cajero automático”. “Como abren hasta la madrugada y sirven cocaína, los vecinos suelen quejarse rápidamente, por lo que se están mudando todo el tiempo. Con suerte, puede que estén tres meses en el mismo sitio, pero a menudo son sólo unas dos semanas. Route 36 es una fiesta itinerante –me dijo un editor de un periódico boliviano que ha pedido no ser identificado–. Un día está en una zona y, de repente, reaparece en otra. Desde luego, es muy famoso entre los mochileros, pero hay más bares que ofrecen cocaína también”.
Esta nueva atracción turística, este ‘turismo de la cocaína’, es posible gracias, sobre todo, a la combinación de una serie de factores, que van desde la connivencia de ciertos funcionarios públicos a una sensación de ‘todo vale’ en una ciudad presidida por el caos y el ejemplo nacional de su presidente, Evo Morales, en sí mismo un productor de la planta de coca que, además, lucha activamente por los derechos de los cultivadores. En ningún otro lugar de Suramérica la producción de cocaína ha crecido tan rápido como en Bolivia. Informes de las Naciones Unidas indican que, mientras en Colombia descendió un 28% en 2008, en Bolivia se incrementó casi un 10%. Los beneficios de estas operaciones ilegales son tan fértiles como los valles donde los nativos han cultivado coca los últimos cinco siglos. Aquí, en esta ciudad situada a 3.900 metros de altura, en la que subir dos tramos de escaleras hace que tu corazón lata como un pájaro loco, se encuentra el Route 36, el primer bar de cocaína del mundo, una parada obligada para cientos de turistas que, entre otras ofertas, prueban tranquilamente esta droga, famosa por su disponibilidad -la venden incluso taxistas que pululan por las calles de la ciudad-, precio -no más de 15 euros el gramo- y pureza -de muchísima mejor calidad que la que se puede comprar en Estados Unidos o Europa-.
Nadie se siente incómodo en el local. No hay agresivos traficantes de cocaína, no hay porteros desafiantes en la puerta y nadie tiene miedo de ser pillado: “El dueño ha pagado a la gente adecuada”, dice uno de los camareros con una sonrisa. Mientras que la prensa internacional habla de la “guerra contra las drogas” como si realmente existiese, cualquiera que haya pasado por La Paz recientemente puede confirmar que conseguir cocaína es más fácil que comprar un adaptador para el ordenador o una buena línea de teléfono. Es normal aquí, incluso, no recordar que la cocaína es ilegal. Dentro del Route 36, realmente es imposible acordarse de nada.



0 comentarios:
Publicar un comentario